Por Marcelo Esteban Zarlenga
(Abogado)
Hace escasos días el Ministro de Salud, Ginés González García, ofreció un lamentable espectáculo en el Congreso cuando, con voz vacilante, no tuvo mejor idea para defender el proyecto de aborto enviado por el gobierno, que decir que el ser concebido en el seno materno no es una vida humana, sino “un fenómeno”; y ello en medio de una retahíla de frases mal hilvanadas, propias de un temulento o un orate.
Esta penosa intervención, que dejó chica la de su predecesor Rubinstein, Secretario de Salud designado por Macri, quien no recordaba en el 2018 si había formulado o no el juramento hipocrático, pone sobre el tapete un interrogante que debe ser despejado si queremos entender lo que está sucediendo. ¿Por qué tanto apuro para enviar este proyecto, en medio de una crisis económica, social y sanitaria sin precedentes que requeriría un esfuerzo supremo de todos los dirigentes para superarla, sin desviarse un milímetro de ese objetivo?
Para dar respuesta a esta pregunta es necesario hacer un poco de historia. En 1974 se elaboró en los EEUU el denominado “Memorandum 200”, también conocido como “Informe Kissinger”. En él, en sintonía con las ideas de la plutocracia encabezada por el clan Rockefeller, se propuso un manejo de la política poblacional mundial, y en particular de Latinoamérica, para procurar –conforme sus fines confesos- paliar y desterrar el hambre en el mundo. Ahora bien, no es necesario ser muy perspicaz para advertir que lo que en realidad se proponía la plutocracia transnacional era limitar la población de los países más pobres, para que su debilidad en ese sentido permitiera a los poderosos apropiarse de sus recursos naturales en un futuro no muy lejano. Y si era necesario debía recurrirse para ello al asesinato de la población por nacer, es decir, al aborto, tal como consta de manera explícita en dicho “Informe”.
Tales pretensiones, gravemente lesivas de nuestra soberanía, fueron rechazadas por el gobierno justicialista de entonces, reafirmándose así la autodeterminación del país en una cuestión clave, cual es la demográfica. En particular en naciones que, como la nuestra, tienen un inmenso territorio, tan pletórico de recursos como escaso de población.
Lamentablemente, este rumbo no fue seguido ulteriormente y hoy queda claro que el apuro en enviar este proyecto no obedece sino a una actitud de sometimiento a dichos poderes. En efecto, detrás de una retórica tan ampulosa como vacua, quienes hoy nos gobiernan, al igual que su inmediato predecesor, han aceptado dócilmente su papel de oficina subalterna de la Gobernanza Mundial. Y ello, aunque para llevar adelante esta macabra empresa deban quebrantar declaraciones de Tratados Internacionales con jerarquía constitucional, como la Convención sobre los Derechos del Niño, que establece lo siguiente: “Con relación al artículo 1º de la CONVENCION SOBRE LOS DERECHOS DEL NIÑO, la REPUBLICA ARGENTINA declara que el mismo debe interpretarse en el sentido que se entiende por niño todo ser humano desde el momento de su concepción y hasta los 18 años de edad.”
También hacer tabla rasa con todos los principios científicos relativos al comienzo de la vida y aceptados por la Academia Nacional de medicina, aun cuando ello los lleve a decir sandeces como las de este Ministro cuya permanencia en el cargo resultaría inexplicable a esta altura, si no fuera porque cumple las directivas de los patrones de sus patrones.
En definitiva fue el mismo ministro felón quien lo dijo: “Si lo que hay en el seno materno fuera una vida, el aborto sería un genocidio”. Efectivamente Ministro, lo que se propone legalizar con este proyecto ES un genocidio.
En síntesis, hoy la dialéctica no es la anacrónica y confusa “derecha-izquierda”, sino “patriotismo vs. Gobierno Mundial”. Y en esta nueva guerra de la independencia en la que nos encontramos inmersos, cada uno –en especial los legisladores- sabrá de qué lado está. Si al servicio de la Patria y tutelando a los más vulnerables, o del lado de la runfla Kissinger-Rockefeller-Soros.
Y esto, por más retórica revolucionaria con la que se quiera cubrir aquello que alguien dijo alguna vez que era la única verdad: la realidad.